Una carrera hípica marcó el fin de la organización delictiva de “El Gordo” Gerónimo y “El Diablo” Velarde. Los investigadores usaron un caballo que hasta se dio el lujo de vencer al animal de uno de los narcotraficantes.
Mauricio «Gordo» Gerónimo, atrapado en Bolivia.
“El Diablo” esperaba paciente en el monte salteño los kilos de cocaína que caerían del cielo durante la hora más oscura de la madrugada. Sergio Velarde no llevaba ese apodo porque sí. “Es realmente maldito, si tiene que enterrar a alguien vivo, lo hace”, lo describen alguno de los detectives que lo atraparon en 2016 mientras controlaba los “bombardeos”.
Ese es el término que utiliza el narcotráfico para denominar la modalidad en la que se arrojan cargamentos de droga sobre campos desolados y bajo el amparo de la noche. Y “El Diablo”, también conocido como “Tonto”, era el encargado de asegurarse que todo saliera bien en tierra.
«Forastero», el caballo de Gendarmería que ganó una carrera en una finca narco.
Su socio, Mauricio “El Gordo” Gerónimo, un concejal de Salvador Mazza, lideraba la organización con un rol de lobbista: había conseguido asegurar la conexión con Wilson “Chichín” Balderrama Maldonado, un próspero empresario y dueño de una de las fábricas de cocaína más importantes de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia.
Velarde, en el territorio, elegía cuidadosamente las fincas en las que descenderían las aeronaves. Debían estar ubicadas en zonas rurales, estar alejadas y ser de difícil acceso.
Teléfonos satelitales y suero antiofídico para picaduras de serpientes
Los narcos, que operaban en los departamentos de Anta y Metán, en Salta, arrendaban inmuebles rurales con la excusa del desmonte. Las parcelas estaban vigiladas por personas reclutadas en Güemes y en Pocitos, a los que equipaban con teléfonos satelitales y suero antiofídico para la picadura de serpientes.
GPS, camionetas 4×4, vehículos de alta gama, antenas, radios (equipos VHF), binoculares y constante comunicación telefónica eran herramientas vitales entre los miembros de la organización en la finca narco a la que no podían llegar los agentes de la Unidad Especial de Procedimiento Judicial (Uesprojud) de Gendarmería.
Las escuchas al “El Diablo” y “El Gordo” llevaron a los investigadores a un punto entre Salta y Santiago del Estero, en el que podían escuchar a las avionetas, incluso verlas, pero no conocer su ubicación exacta.
En ese entonces, antes de la radarización y el decreto del derribo, se registraban entre cuatro y cinco vuelos semanales.
“Forastero”, el caballo que abrió las llaves del negocio
Los detectives, apostados en el paraje Monte Cristo, escucharon primero el sonido del motor. Luego divisaron una aeronave de color blanca. La vieron hacer “dos pasadas”, “bombardear” y luego retornar hacia Bolivia. Poco después, apareció “El Diablo” en una camioneta que estacionó en la banquina de la ruta provincial 29.
El calendario marcaba 28 de enero de 2016. El principal Juan Carlos “El Rengo” Luna esperó y cuando el narco retomó su camino, tomó una foto de la huella que habían dejado los neumáticos de la Mitsubishi verde: una era lisa y otra “pantanera”, con tacos.
Con la luz del día, los detectives comenzaron a rastrear el dibujo entre caminos de tierra y arenosos, hasta que lo encontraron. Siguieron el rastro hacia el interior del monte y, a unos 14 kilómetros del ingreso, vieron estacionado el vehículo buscado”.
Los ladrillos de cocaína incautados con la «W».
A partir de ese momento, comenzaron una vigilancia que implicó la participación de “Forastero”, el nombre ficticio con el que bautizaron a un caballo de carreras para la investigación. Según declaró en el juicio Luna, él mismo encarnó el rol del dueño del equino al que le aclararon el pelaje con tintura para el trabajo.
Sabían del vínculo con Balderrama y era pública la afición de ese empresario boliviano por el deporte hípico.
Encubiertos, el principal Luna llegó con Forastero a la finca con la propuesta de organizar una carrera hípica. Se ganó la confianza de los narcos, mientras pudieron observar movimientos, conversar con las personas en el lugar y obtener más datos.
Dentro de la propiedad estaba precaria casilla en la que los narcos acopiaban la droga y el depósito en el que ocultaban combustible para las avionetas.
La carrera, a la que “Chichín” envío un representante como veedor, se realizó con público. Forastero no solo se lució en las tareas de campo, también venció en la pista al caballo del poderoso narco y el momento quedó registrado en un video al que accedió TN.
Con las evidencias recolectadas, en febrero desplegaron el operativo “Febrero Blanco”. Finalmente, la droga arrojada del avión fue incautada en Taco Pozo (Chaco), cuando viajaba oculta, rumbo a Luján, en un camión que estaba a nombre de Ernesto Aparicio, el diputado aliado a otro jefe narco: Delfín Castedo.
Los gendarmes contaron 250 paquetes de cocaína marcados con la “W”, la inicial de su fabricante.
Las detenciones y las condenas tras el operativo “Febrero Blanco”
Sergio “El Diablo” Velarde fue atrapado el mismo día en el que fue incautada la droga, al igual que el abogado Rubén Maurin, hermano de Alejandro Maurin, otro narcoconcejal salteño, vinculado a “Chichín” Balderrama, también conocido como el “magnate de la cocaína”.
Gerónimo, por su parte, logró escapar sin importarle el destino de su hermano Jesús, que fue apresado en la casa de su mamá, con más de medio millón de dólares.
Wilson Maldonado Balderrama arrestado por Interpol.
El exconcejal del Frente de Todos se mantuvo prófugo hasta abril de 2019, cuando fue capturado en Bolivia. Dos años más tarde, en enero de 2021, Interpol detuvo a Balderrama cuando circulaba en su Toyota Tundra por la autovía más importante de Santa Cruz de la Sierra.
Durante el juicio en su contra, “El Gordo” insultó a Luna y al fiscal Carlos Amad, cuestionó cada prueba y denunció un complot en su contra. Nada de eso le sirvió para torcer la sentencia: en abril de 2021 fue condenado a 14 años de prisión, la misma pena que recibió Velarde.
Los exconcejales y sus respectivos hermanos ahora son compañeros de pabellón. Todos están alojados en el Complejo Penitenciario Federal III de Güemes, en Salta.
El único que evitó la cárcel fue “El Diablo”, que cumple un cómodo encierro domiciliario “en una casa amplia y de buena estructura edilicia”, indicaron fuentes del caso. Dicen que, pese a la prohibición de dejar el domicilio, fue visto en Pocitos y que continúa al frente del negocio narco.